Resistencias feministas: antiespecismo en la periferia

Daniela Medina

La primera vez que escuché a alguien hablar de veganismo, tenía 17 años. Y, bueno, la cosa es que sabemos que el maltrato animal existe, pero la mayoría de las veces ocurre que nunca damos el paso al antiespecismo y nos quedamos en el cómodo animalismo. El primero requiere un cambio no sólo en la alimentación, también en la manera en la que te relacionas con los animales no-humanos: aprendes a valorar su vida. Por otro lado, el segundo, refiere únicamente al apego sentimental por ciertas especies, mientras explotas a otras. A pesar de todo, sigue siendo difícil desaprender la concepción que tenemos sobre los animales no-humanos.

No es sólo la crueldad con la que mueren los “animales de granja”, también está la sumisión de los “animales de compañía”, y los “animales salvajes”, con quienes insistimos en convivir sin su consentimiento. Nada de esto tiene que ver solamente con el egoísmo del ser humano, sino que es un problema estructural y sistemático. Al menos para mí, no era posible prestar oídos sordos a un problema que se presentaba todos los días de la manera más gráfica y violenta en mi plato: en mi mesa, cada que comía. De esa manera, ya bien entrada a los 18 años, me di cuenta que no bastaba con no pegarle a tu perro o rescatar dos mil gatitos hambrientos; tenía que responsabilizarme de mi privilegio de especie.

No tendría caso detenerme a explicar los poco probables1 y mayormente inexistentes riesgos para la salud por consecuencia de dejar consumir animales no-humanos. Sí diré que los seres humanos prehistóricos empezaron a alimentarse de otros animales por la falta de alimentos vegetales. Fue una medida extrema que tomaron en medio de una era glacial.2 Sin embargo, es claro que podemos vivir sin hacerlo a costa de la vida de otros seres sintientes. Podemos prescindir de comerlos, de usarlos como ropa, como transporte. Más allá de las diferencias y similitudes entre los animales humanos y los animales no-humanos, cabría preguntarnos por qué estos últimos tendrían que llenar este o aquel parámetro para que sean merecedores de nuestro respeto.

Las veganas, las antiespecistas, hablamos de que la empatía no debe limitarse a ciertas especies. No obstante, se escucha de vez en cuando que el veganismo es un privilegio de las clases aburguesadas, que el dinero no alcanza, que no hay consumo ético bajo el capitalismo:

En los últimos años la cuestión alimentaria ha sido un tema constante de discusión, lo que ha introducido nuevas dietas de carácter burgués como el vegetarianismo y en mayor medida el veganismo. Ante el auge de una nueva visión política sobre cómo debemos alimentarnos, surgen núcleos supuestamente revolucionarios, que buscan una solución a la explotación animal y sus consecuencias sobre el individuo. No obstante sería conveniente profundizar en lo que realmente afecta a la lucha de clases y qué debería ser prioritario ante nuestra realidad social actual.3

Pero el veganismo no existe solamente en la Del Valle o en la Roma. Estamos, quienes, desde siempre, hemos tenido que comprar “el mandado” en el tianguis porque la ciudad monstruo y sus supermercados modernos nos quedan lejos. Si quieren hablar de lucha de clases, hablemos de quienes tenemos que pasar más de dos horas en el transporte público para llegar a la mítica Ciudad de México, la Ciudad de los Palacios. Es cierto, hay quien vive en la incertidumbre de saber si tendrá algo que comer mañana, pero hoy vinimos a hablar de los animales. Es inútil, completamente inútil, intentar restarle importancia a la opresión particular de un grupo como lo son los animales no humanos, Ignorar ese hecho, pretender que hay cosas más urgentes, no desaparecerá su opresión. Así que, como mujer racializada que vive en la periferia (ahí donde a veces ni siquiera llega el pavimento), me di cuenta de que si yo podía ser asesinada un día cualquiera, porque, además, vivo en un país donde asesinan 11 mujeres al día, hay otros y otras que nacen sin el derecho a una vida que realmente les pertenece: seres destinados a morir, destinados a servir hasta que sus cuerpos cansados no puedan más. Y, claramente, no se trata de un concurso de opresiones, pues sabemos que el sistema nos oprime de diferentes maneras. Unas podemos organizarnos y enfrentar los embates de la violencia patriarcal, otros y otras no tienen siquiera esa oportunidad.

¿No fue el feminismo el que nos enseñó que lo personal es político? Porque si es así, lo que ponemos en nuestros platos también es político. No es necesario ser privilegiada o adinerada para darse cuenta de ello, menos lo es para quienes hemos tenido que conformarnos con comer en los puestos de tortas, de quienes han recibido burlas por “oler a garnacha”. Parece que la alimentación de las clases bajas les preocupa a quienes se niegan a tomar una actitud crítica ante el especismo, pero sólo cuando se cuestionan sus privilegios. Nadie ataca tan ferozmente a las multinacionales como Coca-Cola, la cual vende bebidas que representan un riesgo para la salud y roba el agua de comunidades empobrecidas, como sí lo hacen cuando se pide consideración para los animales.

¿Es un privilegio elegir dejar de explotar vidas que no te pertenecen? ¿Con qué argumento podemos justificar seguir consumiendo animales? El sistema aplasta y se aprovecha de muchas vidas todos los días. Los países “primermundistas” explotan y saquean los recursos de los países empobrecidos, los dueños de las fábricas se aprovechan de los y las trabajadoras empobrecidas; las empresas, de los godínez oficinistas; los hombres se aprovechan del trabajo doméstico no remunerado de sus esposas o de sus madres. Pero en esa cadena hay voces que no figuran, que ni por asomo son escuchadas. Para explotar a otra/o, hay que considerar que su vida no tiene ningún valor, que sólo lo tiene en función de su utilidad para uno/a, y nos hemos dado cuenta de que el patriarcado, el colonialismo, como otros sistemas de opresión funcionan de esta manera. Entonces, ¿por qué nos cuesta tanto ver que funciona de la misma manera con el especismo?

El sistema subyace a todo lo que hacemos, pero esa nunca ha sido una excusa para conformarnos con la violencia. Es cierto, estamos sujetas a cierto orden del discurso4 y, en esa medida, habría que reconocer en qué lugar estamos paradas, más aún cuando debajo de nuestros pies hay otras vidas. Claro es, por esto, que las luchas y las resistencias son siempre poéticas, pero como especie somos responsables de haber dañado sistemáticamente vidas no-humanas.

Muchas decidimos comer sopa de lentejas, tortas de frijoles con aguacate, calabacitas a la mexicana, desde nuestras casas en Iztapalapa o en Neza, pidiéndoles que volteen a ver las miles de vidas que se pierden, los gritos que se escuchan en el matadero. Quizás, el privilegio lo tiene quien puede pagarle al verdugo.

Ilustración: Juan Carlos Ceja

Referencias:

1 Andersen, K., & Keegan, K. (Dirección). (2014). Cowspiracy [Película]

2 Kropotkin, P. La Conquista del Pan. (Buenos Aires: Ediciones Anarres, 2005)

3 Castro, P.. Análisis marxista sobre el veganismo. (Barcelona: El Estado, 2020) https://elestado.net/2019/02/01/analisis-marxista-veganismo/

4 Foucault, M. El orden del discurso. (Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2020)

Bibliografía:


Andersen, K., & Keegan, K. (Dirección). (2014). Cowspiracy [Película]

Castro, P.. Análisis marxista sobre el veganismo. (Barcelona: El Estado, 2020) https://elestado.net/2019/02/01/analisis-marxista-veganismo/

Foucault, M. El orden del discurso. (Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2020)

Kropotkin, P. La Conquista del Pan. (Buenos Aires: Ediciones Anarres, 2005)