Notas para la comprensión del (auto)cuidado social al interior de las comunidades indígenas en Oaxaca, México

Karla Portela

Aproximadamente un mes después de iniciar en México la “Jornada de Sana Distancia”, paquete de medidas centradas en aumentar el distanciamiento social, con la finalidad de prevenir la propagación del Covid-19, encontré en El País una nota periodística titulada “Los indígenas de México se cierran para frenar la pandemia”. En ella se resaltan los conflictos que han surgido entre los individuos y sus comunidades derivados del choque entre las medidas adoptadas para el cuidado de la comunidad y las leyes vigentes; esto, particularmente, en algunos municipios regidos por el sistema de usos y costumbres. “Al menos 50 municipios de Oaxaca han prohibido el acceso a cualquier persona ajena, según el organismo. Hay decenas de denuncias de pueblos donde los vecinos han sido aislados a la fuerza, se ha exhibido a pacientes enfermos, se ha prohibido la venta de comida a familiares de pacientes presuntamente contagiados o han impedido el regreso a casa de emigrantes obligados a volver desde Estados Unidos por la pandemia […]” Si bien hechos similares han tenido lugar en otros estados, como Guerrero y Veracruz, en el interior de municipios regidos por usos y costumbres, se muestra como ejemplo paradigmático a los pueblos indígenas de Oaxaca, porque en este estado dicho régimen cuenta con legalización constitucional desde 1995. Así, con la intención de aportar elementos que contribuyan a la comprensión del (auto)cuidado social dentro de las comunidades indígenas en Oaxaca, en las páginas siguientes presentó algunas notas que vinculan las acciones actuales con la memoria, resistencia y supervivencia.

Cocoliztle, pestilencias o epidemias

Los distintos grupos humanos han desarrollado conocimientos y prácticas propias para enfrentarse a la enfermedad. En este sentido es posible afirmar que la enfermedad y las prácticas médicas son parte de la cultura y la civilización. A su vez, para mayor eficiencia en la gestión de la enfermedad (mejor prevención) las personas dependen de dos factores: factor médico, relacionado con el conocimiento de las causas o mecanismos de la enfermedad; y factor ideológico, entendido como el conjunto de ideas filosóficas o religiosas que se tienen del cuerpo, su salud y su enfermedad. Así, el estudio de la historia de la medicina, es decir, la historia de los problemas médicos fundamentales y sus soluciones, cobra especial relevancia para la comprensión del (auto)cuidado social al interior de las comunidades indígenas. En este caso, dirigimos la mirada hacia las pandemias del México Antiguo, con el fin de aportar elementos que contribuyan a un mejor entendimiento de la forma en que nuestros pueblos originarios han gestionado la primera gran pandemia en el siglo XXI, la enfermedad por el coronavirus.

En el estudio médico referente a las epidemias en el México Antiguo se observan dos grandes momentos: el primero, antes de la llegada de los conquistadores; y el segundo, el periodo colonial durante el siglo XVI. En torno al primer momento, generalmente se resalta la salud de que gozaban los pobladores en contraste con las severas epidemias que asolaron el territorio nacional a lo largo del siglo XVI. Sin embargo, los cronistas mencionan varios fenómenos inusuales que durante el siglo XV condujeron a crisis de hambre y enfermedad, como inundaciones, plagas de langostas, sequías, heladas y la consecuente escasez de cosechas. Cabe decir que generalmente los indígenas prehispánicos consideraban todos los males, físicos y sociales, como producto de la voluntad de los dioses, como la actitud de las divinidades hacia los hombres: una maldición, un castigo. Con relación al periodo colonial existen diversas pruebas de que, al llegar el hombre blanco, en su mayoría el territorio de América era salubre y muchas regiones estaban densamente pobladas. Por lo que la acelerada desaparición de la población nativa fue atribuida por algunos, entre ellos Fray Bartolomé de Las Casas, a los sufrimientos y malos tratos de los españoles.Mientras que personajes, como Fray Toribio de Motolinía, aseguraban que la disminución de la población indígena era consecuencia de las pestilencias –viruela, sarampión, hambre, guerra, esclavitud y trabajo en las minas– como castigos de Dios, y no del maltrato. De lo que hay evidencia es que los indígenas no eran tratados con equidad y las enfermedades traídas por los conquistadores eran desconocidas para los nativos, por lo que estas fungieron como factor poderoso de subyugación y aniquilamiento, además de constituir un elemento de suma importancia en la conquista y colonización de la tierra americana.

A partir de la llegada de los españoles a México, se produjo una serie de pestilencias –como entonces eran designadas las epidemias– que por ser de etiología desconocida y atacar a individuos no inmunizados, adquirieron una violencia inusitada, debido a la cual se considera a esta periódica mortandad como una de las causas que más influyó en la decadencia de las razas nativas, ya que en un corto lapso acabó con la mayor parte de los individuos. Grosso modo fueron cinco las grandes epidemias del siglo XVI: 1520, viruela transmitida por un negro llegado en uno de los navíos de Pánfilo Narváez; 1531, sarampión que vino también por parte de los españoles; 1545, ni españoles ni indígenas mencionan de qué enfermedad se trató, sólo apuntan al hecho de que fue pestilencia grandísima y universal en que murió la mayor parte de la gente de la Nueva España; 1576, epidemia por “pujamiento de sangre”, es decir, copiosas hemorragias nasales y apostemas (abscesos) retroauriculares, referida con el término náhuatl cocoliztle que quiere decir plaga o epidemia, pero que en este caso perdió su significado general para referir un caso específico de una enfermedad no identificada; y, 1588, epidemia con una circunstancia concomitante, gran carestía de maíz, que en virtud de la peste y el hambre ocasionó la muerte de muchos indígenas. A finales de 1595 y principios de 1596 tuvo lugar la última epidemia del siglo XVI, una epidemia mixta, compuesta de sarampión, paperas y tabardillo, que en comparación con las anteriores desencadenó una mortandad reducida explicada por una abundancia en las cosechas y que los indios enfermos recibieron una atención más eficaz que en las anteriores epidemias.

Uno de los efectos de las pandemias en el siglo XVI fue la reconfiguración política y social. Los pueblos quedaron casi sin habitantes, este despoblamiento influyó en una gran transformación introducida por los dominadores españoles: las congregaciones de indios en pueblos, un cambio radical en la forma en que los indígenas organizaban sus asentamientos. Obviamente no sólo fue un cambio de residencia, sino de relaciones sociales, de parentesco, de comercio e incluso de relaciones religiosas. “Los anteriores asentamientos dispersos se reunieron en un pueblo principal con un pequeño número de estancias dependientes. En los poblados principales, las casas fueron alineadas en calles paralelas, y una plaza se erigió como centro del pueblo, a cuyo alrededor se asentaron los poderes civil y religioso, con sus respectivos edificios: el cabildo y la iglesia. Un elemento importante de este proceso fue el interés de las órdenes religiosas de anteponer el nombre de algún santo al de las comunidades: es así como los pueblos indios fueron identificados por un vocablo cristiano y otro indígena.” Para la corona española esta reconfiguración basada en congregaciones de indios favoreció su política colonizadora, a la vez que facilitó la evangelización, el control y el cobro del tributo. Los indígenas desarrollaron su capacidad de adaptación y asimilación del cambio, especialmente las nuevas condiciones propiciaron la reinterpretación de sus referentes territoriales. El santo patrono se convirtió en el emblema del pueblo (sustituyendo al topónimo prehispánico del altépetl); elementos nuevos como la Parroquia, el Santo Patrono y las fiestas locales se convirtieron en los ejes con base en los cuales los pueblos indígenas reelaboraron sus lazos solidarios y comunales internos.

Cuidado de sí y del otro, (auto)cuidado social

En primera instancia el autocuidado se muestra como el conjunto de actividades de la vida cotidiana que llevamos a cabo para la prevención y potenciación de nuestra salud. El cual se construye a partir de distintos elementos que contribuyen a estructurar hábitos con base en dos ejes o elementos constitutivos: conductas o acciones intencionales, es decir, las conductas rutinarias de la vida diaria; y, conductas o acciones deliberadas, realizadas con previo conocimiento y esperando determinado resultado. Visto así, el autocuidado es un acto intelectual teórico y práctico a la vez. Igualmente, las conductas o acciones de autocuidado se relacionan directamente con el sentido común, entendido como el cuerpo más o menos articulado de conocimientos construido históricamente y dentro de un sistema cultural que provee una serie de juicios y razonamientos en los que se asientan diversas acciones que las personas realizan para proteger su vida y su salud.

En otras palabras, el autocuidado está sujeto a determinantes internos o personales y externos o ambientales. Los aspectos internos dependen directamente de la persona y determinan, de una manera personal, el autocuidado; corresponden a conocimientos, voluntad, actitudes y hábitos. Unido a esto, cuidar la vida y la salud requiere del desarrollo de habilidades personales que conduzcan a decisiones saludables, esto es, que propicien la salud personal, del medio social y del medio natural. Asimismo, el desarrollo de tales habilidades personales se relaciona con la autogestión, la educación, la información de que se disponga y las actitudes, hábitos o prácticas individuales o familiares que pueden influir positiva o negativamente en la salud. En cuanto a los aspectos externos o ambientales, que posibilitan o no el autocuidado de las personas y no obstante, no dependen de ellas; se encuentran dos grupos principales: estructurales, aquellos que generan estratificación social, como son la ocupación y el ingreso económico, además de la edad, género, grupo étnico, familia de origen y familia de elección, experiencias de enfermedad y de muerte, entre otros; y, determinantes intermediarios, que se desprenden de los estructurales y comprenden las condiciones de vida, laborales y el sistema sanitario al que se tiene acceso, así como los obstáculos para adoptar comportamientos. Por último, cabe subrayar la preponderancia de la clase social a que se pertenece –indefectiblemente ligada a la ocupación e ingreso económico del individuo– en la determinación del autocuidado.

Por otra parte, aunque correlativamente, se identifican tres tipos de cuidados. Cuidado de sí –me cuido–: es el autocuidado individual conformado por medidas adoptadas por uno mismo, como gestor de su autocuidado; es el mirar por la propia salud y darse una buena vida. Cuidado o asistencia a otros –los cuidamos–: se trata de la atención sanitaria mediante una institución de salud por un profesional o en un equipo de salud para un usuario con algún grado de discapacidad (temporal o permanente) física, psíquica o emocional, con el fin de ayudarlo a restablecer su salud y que logre mayor nivel de bienestar; es el cuidado científico, sistemático y aprendido que por extensión incluye a cuidadores y es benéfica para ambas partes. Cuidado entre todos –nos cuidamos–: consiste en el autocuidado colectivo, refiere acciones planeadas y desarrolladas en cooperación, entre los miembros de una comunidad, familia o grupo que se procuran un medio físico y social afectivo y solidario, lo que se traduce en acciones que procuran el bienestar común. Observando estos tres tipos de cuidados es posible enunciar algunos principios para el autocuidado: es un proceso voluntario de la persona consigo, lo cual implica libertad y autonomía; responsabilidad individual y filosofía de vida ligada a la vida cotidiana; apoyo en un sistema formal –como el de salud– y un sistema informal –como el apoyo social–; carácter social, puesto que implica cierto grado de conocimiento y elaboración de un saber, dando lugar a interrelaciones; y, el autocuidado requiere del desarrollo personal mediado por un permanente fortalecimiento del autoconcepto, autocontrol, autoestima, autoaceptación y resiliencia.

En suma y con base en todo lo anterior, el autocuidado engloba una serie de prácticas cotidianas y decisiones sobre las mismas, realizadas por una persona, familia o grupo para cuidar la salud; incluye destrezas aprendidas a través de la vida, de uso continuo y por libre decisión, con el propósito de fortalecer o restablecer la salud y prevenir la enfermedad, como respuesta a la capacidad de supervivencia y a las prácticas habituales de la cultura a que se pertenece. El autocuidado es un concepto que debe ser ubicado dentro de una perspectiva social y no reducido a un ámbito funcionalista de responsabilidad individual. El autocuidado individual –cuidado de sí– y el autocuidado colectivo –cuidado del otro y entre todos– se implican, son correlativos e interdependientes.

En memoria, como parte de la resistencia y para la supervivencia

A partir de la caída de Tenochtitlán (1521) y con ello el inicio del periodo conocido como la Colonia Española nuestros pueblos originarios fueron subyugados, sometidos a un régimen político, económico, social y religioso totalmente ajeno a ellos. En el avance y triunfo de esta colonización, como fue dicho, las pandemias acaecidas en el siglo XVI fueron determinantes, entre otras cosas, para el establecimiento de una nueva configuración de los asentamientos indígenas, ahora en congregaciones constituidas por un pueblo principal del que depende un pequeño número de estancias, todo ello dominado por la Corona Española. Configuración que, es importante señalar, de una u otra forma permanece en la actualidad a través de la organización política de los estados basada en la distinción de distritos, municipios y agencias, gobernados a su vez por el Estado Mexicano, el gobierno federal.

Es sustancial también resaltar que dicha reconfiguración establecida por los españoles congregaba únicamente a indígenas, es decir que se tomó por criterio el grupo étnico. De esta forma y en cierto sentido los indígenas fueron reunidos y aislados para un mejor control y dominación. A su vez, correlativamente a estos hechos materiales acaecieron hechos espirituales. Observar la destrucción de su cultura, aunada a la explotación, el hambre y la enfermedad física derivó en una disminución del espíritu, del ánimo y del deseo por vivir. “[…] las enfermedades colectivas van generalmente acompañadas de un estado de ánimo propio al mal general en una comunidad.”

Hoy día, en el siglo XXI, perviven algunos aspectos de aquella época, los indígenas continúan congregados en pueblos, aunque ya no son subyugados por una Corona, sino gobernados por el Estado Mexicano, lo cual evidentemente abre un abanico de posibilidades fundadas en la libertad y el reconocimiento de los derechos humanos universales. No obstante y quizá, la máxima diferencia entre la época colonial y la actual consista en un cambio de ánimo en los indígenas, en el fortalecimiento de su autoconcepto, autoestima y autoaceptación, que se refleja en la contundencia de sus decisiones, como el cierre de fronteras internas para impedir la invasión de una enfermedad proveniente de las ciudades.

Este espíritu seguro de sí y fortalecido ha ganado ya varias batallas, una de ellas el reconocimiento jurídico del sistema de usos y costumbres dentro de la Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Oaxaca, que representa un gran impulso para mantener la resistencia de los pueblos originarios frente a quienes pretendan apropiarse de sus territorios con la intención de una explotación irracional de los recursos naturales, y con ello amenazar la supervivencia de los parientes –todos los seres naturales– y de los indígenas mismos.

Las prácticas de autocuidado evolucionan históricamente, se afirmó al inicio, el caso de los pueblos originarios no es excepción. Paulatinamente los indígenas se apropiaron de la configuración política y social establecida por los españoles, reelaboraron sus lazos solidarios y comunales internos con base en cinco pilares: Tierra, Asamblea, Servicio, Trabajo colectivo y Fiesta comunitaria, que entretejidos conforman un espíritu de Comunalidad en que el cuidado de sí y del otro es sinónimo de (auto)cuidado social. Se trata de un cuidado entre todos, un autocuidado colectivo que no supone la disolución de la individualidad, antes bien exige que cada miembro se exprese en la atmósfera del “nosotros” que contiene e implica a cada ser por igual. Así, para clarificar si la comunidad, la comunalidad, el autocuidado colectivo conlleva decisiones como el cierre de fronteras internas un atentado contra los derechos individuales, como parece decir la nota periodística mencionada en los primeros párrafos de este espacio, probablemente sea necesario considerar que tales decisiones y prácticas de autocuidado se fundan en la memoria de un pasado colonial, se llevan a cabo como parte de la resistencia ante la dominación y tienen por objetivo la supervivencia de las comunidades indígenas.

Ilustración: Carlos Cejas